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Trece años - Cuento


Era una mañana invernal, con neblina y viento muy helado cuando decidí levantarme de mi cama y de mi tristeza. Llevaba trece años recluida en la intimidad de mi departamento de dos ambientes; sola, con una planta que era verde pero cambio de color y se fue desintegrando de a poco. Parece que estaba muerta o aburrida de mi conversación cotidiana. Siempre le contaba la misma historia: Yo solía ser la reina de mi familia, la alegría de mi trabajo, y la consejera de muchas de mis amigas y amigos. Hasta que el conde negro de un minuto para el otro me despojó de ese algo que habita en el alma y que mantenía viva todas las cualidades en mí. Cualidades que se fueron marchitando de a poco, como mi planta. Esa mañana fría y melancólica había decidido salir de mi encierro, no para hacer las compras o cobrar la pensión que me permitía pagar los servicios, sino para visitar a mi amigo Fernando. No recordaba bien la dirección de su casa, pero gracias a Dios habíamos quedado de juntarnos en un bar que estaba frente a lo que fue mi trabajo en mis años de actividad. Fernando había compartido conmigo viajes y aventuras de adolescentes, las primeras experiencias laborales, y los desengaños amorosos. Habíamos compartido las mejores cosas de la vida que recuerdo. Él con 24 años y su título de ingeniero bajo el brazo había abandonado Valle de Piedras para radicarse en una ciudad de nombre muy difícil de escribir e imposible de pronunciar. Desde que se fue, nunca dejó de escribirme cartas y enviarme postales. Nunca le respondí, cumpliendo con lo que le dije al despedirme: “No voy a contarte de mi vida a través de un frío papel, voy a esperar a que regreses para decírtelo todo junto”. Creí que eso lo haría venir seguido al pueblo, pero no fue así. Él siempre escribió; aunque suene raro, ese papel blanco y sin sentimientos, fueron las caricias que me mantuvieron viva durante los trece años de encierro. Me vestí con el mejor pantalón que tenía y la remera más delicada que había en mi desordenado placard. Recogí mi largo cabello con una traba dorada y salí a su encuentro. Al llegar a la puerta del bar reconocí una calcomanía del lago de Valle de Piedras con la inscripción “Volverás” pegada en la luneta de un auto muy lujoso. La calcomanía estaba deteriorada y vieja, horrible para mi gusto y afeando el vehículo. -¿Sabías que la volverías a ver, no? - dijo una vos dulce pero potente de un hombre que se dirigía hacia mi desde atrás. Me di vuelta y allí estaba Fernando, sonriente y apuesto como lo recordaba. Vestía un pantalón muy sucio y viejo, y una camisa que parecía que le quedaba chica. Estaba bello, aunque con algunas canitas y arruguitas. Extendió los brazos hacía mi esperando que corriera a abrazarlo como lo hacía siempre que nos veíamos. No lo hice. Permanecí inmóvil. Mi cuerpo no experimentó ningún tipo de sensación; ni buena ni mala. Mi mente empezó a recordar y repasarme todos los momentos vividos con Fernando. Lo vi de repente destruyendo mi castillo de arena cuando éramos niños, firmando mi chaqueta de egresada cuando terminé el secundario, pintando mi departamento y terminando los dos llenos de colores… y de repente, el humo, los gritos, la oscuridad, los cuerpos mutilados y sin vida sobre el asfalto. El auto de mamá prendido fuego con mi familia dentro y en el fondo de un barranco. Mi mano derecha a un metro de mí, y el dolor intenso por todo el cuerpo. La desesperación de ver a mis amigas muertas e irreconocibles. Y el conde negro, enderezando su camión y acelerando en medio de la oscuridad y del sufrimiento. Mi cuerpo, como aquella vez, se desvaneció y caí al suelo. Supongo que Fernando me levantó y me llevó hasta el hospital porque cuando volví en sí estaba allí acostada en la sala de urgencias. - Hola amiga, perdón por causarte impresión con mi vestimenta, creí que recordarías la tarde que pintamos tu departamento y correrías a besarme como lo hiciste esa vez. - A mi familia y a mis amigas las mataron en un accidente cuatro meses después de que te fuiste.- dije mostrándole que me faltaba una mano. Fernando sorprendido me miró esperando que siga contándole lo que me pasó, pero no podía. Él había tenido una vida exitosa desde que se fue, y yo solo había estado encerrada, sola y sin poder superar ni olvidar la noche del accidente. Pensando siempre que habría sido mejor morir allí y no ser la única sobreviviente. Agarré coraje, abracé a Fernando y, en un mar de lágrimas, le conté todo lo que entre sollozos y suspiros pude.- Sos lo único que queda de mi vida, y tus cartas eran lo que me motivaba a levantarme de la cama cada mañana. Sabía que regresarías al pueblo algún día.- le dije. - ¿Tenés novio?- preguntó apresuradamente cortándome lo que estaba comentándole. - Siempre tan sensible e inoportuno, no cambiaste nada. Estoy relatándote algo terrible que durante trece años guardé para este momento, y me preguntas eso. Obvio que no tengo novio si he estado encerrada.- le dije enojada. La cara de Fernando pareció iluminarse y me abrazó fuerte. -Te acordás lo que me dijiste cuando me fui.- dijo con una gran sonrisa. - La verdad que no… que no te escribiría. - ¡No tonta! Que si pasábamos los 35 años y estábamos solos retomaríamos el único beso que nos dimos cuando pintábamos. Por eso vine vestido así. Me causó mucha risa la ocurrencia. Volví a ver en él al amigo que me hacía reír, al hombro en el que lloraba, al confidente y consejero de siempre, y le dije: -Había olvidado eso. Pero vos en tu vida de ciudad ¿no conociste a nadie? - Sí, pero no valían la pena. Y vine a tu lado lleno de incertidumbre creyendo que tendrías ya una familia y que no te acordarías de mí.- me dijo. - Solo he vivido por este momento estos años, y gracias a tu apoyo a la distancia, pero estoy psicológica y anímicamente enferma para retomar la vida normal. - Estas triste y llorona como siempre. Era yo el que te hacía reír y disfrutar de la vida… Y lo voy a hacer de nuevo, aunque me lleve mil años.

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