La narración, al principio confunde un poco, porque quienes cuentan la historia son dos dioses lares, que además de narrar, opinan, dialogan entre sí, debaten sobre lo que pasa y lo que debería pasar. Y, a veces, se dan por vencido con lo que los protagonistas hacen.
Todo ocurre en el seno de una familia burguesa argentina en un contexto de tumulto político a nivel internacional. Aparecen ideas políticas muy marcadas que chocan unas con otras, y con la iglesia.
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Los Rossi se han cambiado de casa a un barrio que cambia drásticamente su status social y que es solventado por la nueva riqueza que tiene la familia. Pero que resulta difícil mantener cuando la realidad cambia.
La novela es publicada en 1963 y posee una interpretación diversa de la historia y las ideas que preocupaban a la familia argentina de clase media emergente, que vive en carne propia los sucesos que tienen lugar entre 1920 y 1955.
La historia muestra los diversos lazos familiares, lo que se creía correcto y lo que no; lo que se oculta, lo que se muestra, lo que se pelea y lo que pasa sin importancia.
Entre los habitantes de la casa hay un padre, Aquiles, que se impone por la fuerza sobre sus hijos, y una esposa, Adela, que en la sumisión solo reclama educar a su hijo más pequeño, Carlos, bajo sus reglas.
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Aparecen personajes muy estereotipados como el hijo Ricardo que se recibe de médico, actúa dentro de lo que es “correcto”, pero engaña a su mujer con una instrumentista quirúrgica; ante los ojos de todos e incluso de su esposa que sabe que es engañada. Todo parece ser lo correcto o lo permitido.
Está la mujer sumisa, Zelmira, que es casada con el hijo de un terrateniente que se dedica a obedecer a su padre y a llenarse de hijos.
Y está Carlos y María Elena que rompen con los esquemas, que participan en política y se encuentran enredados en episodios confusos, prohibidos y ocultos bajo la mentira de una explicación que convenía a la familia. Y, aquí está la ruina también y el desenlace de estos personajes.
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Una novela que me costó mucho engancharme, pero lo hizo cuando ya había superado la mitad del libro, tiene 253 páginas.
Un gran pantallazo de una época y de una sociedad argentina con ciertas leyes, digna de leerse, aunque yo le quitaría el relato de los dioses lares.
Cierro con una frase de la obra: “Si uno ser queda en Buenos Aires se petrifica, hay que salir para darse cuenta de que nada de lo que sucede en la Argentina tiene importancia” (p. 172).
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